Todo un reto pero unido a un conjunto de oportunidades
En España, la gran mayoría de nuestros edificios han sido construidos en épocas pasadas en las que las capacidades tecnológicas y/o exigencias edificatorias eran menores. Por otro lado, se ha producido un proceso natural de deterioro o envejecimiento.
El sector residencial es, desde el punto de vista de consumo de energía final, responsable de casi la cuarta parte del consumo total. Esta situación no parece nada lógica en un país que tiene una elevada dependencia energética del exterior y, al mismo tiempo, posee importantes recursos renovables, como por ejemplo la energía solar que puede ser aprovechada de manera muy rentable con fines térmicos. No hay que olvidar que el mayor gasto lo cometemos para producir agua caliente, como ACS o para calefacción.
Desde que el hombre utilizó las cuevas naturales para refugiarse de las inclemencias climatológicas,el sector de la construcción ha evolucionado, pero no siempre incorporando las innovaciones tecnológicas o los criterios de eficiencia energética, como se debiera haber hecho.
Hasta épocas muy recientes, adquiríamos las viviendas por criterios únicamente de espacio y/o de estética, pues carecían de la etiqueta energética que nos informa de los consumos habituales de energía.
Resulta paradójico pensar que para adquirir un bien de consumo, como puede ser una lavadora, ésta nos la venden con la correspondiente etiqueta energética, mientras que la vivienda que se va a ocupar como media más de 30 años la compramos sin saber que consumos de energía se van a producir. Sin olvidarse de una cuestión principal, como es que en la mayoría de los mortales la mayor inversión que solemos acometer es la compra de una vivienda.
Pero no acaba ahí la paradoja, pues si saltamos al campo de la tecnología que está presente en las viviendas, y que para nada tiene que ver con el número de regletas que están presentes en las habitaciones para conectar todos los artefactos domésticos que funcionan con energía eléctrica, nos encontramos con un panorama preocupante, sobre todo si se tiene en cuenta que según muchos expertos nos encontramos en la Cuarta Revolución Industrial.
Basta con comparar la tecnología que integra un automóvil de 20.000 € y la que incorpora una vivienda de, por ejemplo, un valor 20 veces mayor, es decir, de 400.000 €, el resultado es sorprendente. El automóvil cuenta con elevalunas eléctricos; con un sistema antirrobo; con un dispositivo de detección de lluvia; con un equipo climatizador que permite elegir la temperatura del piloto, del copiloto y de los pasajeros; con un ordenador de abordo que nos indica el consumo instantáneo, el consumo medio, los kilómetros que se pueden realizar con el nivel de combustible del depósito, etc.; y además de otras muchas prestaciones disponemos de música ambiental. En las viviendas más modernas, por lo general, no se cuenta con persianas motorizadas; ni con alarma antirrobo; ni con sistemas de detección de lluvia que serían útiles en el caso de tener la ropa tendida; la calefacción es difícilmente regulable y dependiendo de la orientación pasamos frío o calor; los consumos eléctricos o de gas sólo los podemos conocer si bajamos al cuarto de contadores, por lo que hoy en día resulta casi imposible hacer una verdadera gestión de la demanda; y finalmente como música ambiental se escucha una melodía mezcla de pisadas con tacones, ruidos de cañerías y cisternas, ladridos del perro o del televisor encendido de algún vecino.
Durante el denominado boom inmobiliario se ha desaprovechado una oportunidad única, no sólo para construir con más calidad desde los puntos de vista de aislamiento térmico y acústico, sino incorporando tecnología, como lo ha hecho el sector del automóvil, y así haber podido elevar la seguridad, el confort y la eficiencia energética. Todo ello hubiera ido acompañado de un impulso espectacular al sector industrial de nuestro país, que a diferencia de otros países de nuestro entorno tiene un peso significativamente más bajo.
LA REHABILITACIÓN ENERGÉTICA DE LOS EDIFICIOS OFRECE, EN SÍ MISMA, UN ELENCO DE OPORTUNIDADES QUE NUESTRO PAÍS NO DEBE DESAPROVECHAR
Si bien se perdió ese tren, ahora parece que se avecina otro, tal vez de cercanías en lugar de un tren de alta velocidad, pero al fin y al cabo tren. Nos referimos a la nueva normativa en el sector de la edificación: Plan Estatal del fomento del alquiler de viviendas, la rehabilitación edificatoria, y la regeneración y renovación urbanas; el Procedimiento para la Certificación de la eficiencia energética de los edificios, y las nuevas versiones del Reglamento de Instalaciones Térmicas de los Edificios y del propio Código Técnico de la Edificación, etc. Es la rehabilitación energética de los edificios, en sí misma, la que ofrece un elenco de oportunidades que nuestro país no debe desaprovechar: es una oportunidad energética, que se traducirá en ahorros muy significativos y globalmente en una menor dependencia del exterior; es una oportunidad medioambiental, ya que se contaminará menos al consumirse menores cantidades de combustibles fósiles y/o sustituirse los más contaminantes por otros menos agresivos o incluso por fuentes renovables; es una oportunidad tecnológica, ya que se utilizarán nuevos materiales para la construcción de las envolventes —fachadas, cubiertas y ventanas—, así como para las instalaciones interiores de climatización, iluminación, suministro de agua, etc., con tecnologías más eficientes e innovadoras que favorecerán también a la industria auxiliar; además, será una oportunidad económica al potenciar la actividad en el sector de las reformas y rehabilitaciones de edificios, pudiendo paliar en cierta medida la caída de actividad en la nueva construcción; y, por último, una oportunidad laboral, pues se requerirá más mano de obra y más cualificada, conocedora de diferentes materias o disciplinas como, por ejemplo, auditorías energéticas, análisis termográficos, materiales aislantes y sus aplicaciones a la rehabilitación, control solar exterior e interior, tecnologías de calefacción y refrigeración eficientes; sistemas de iluminación natural y artificial eficientes, instalaciones de suministro de agua eficientes, electrodomésticos y ascensores eficientes, renovación del aire e intercambiadores de calor, etc.
El promover la rehabilitación energética requiere un nivel de racionalidad, por parte de los dirigentes o responsables de las Administraciones, mayor que el que se ha puesto en juego hasta ahora. De qué vale anunciar a bombo y platillo ayudas para erradicar la pobreza energética, consistentes en pagar con dinero público una parte de la factura de la luz, por ejemplo, si las ventanas de las viviendas no ofrecen el aislamiento necesario para evitar la entrada de aire en invierno. ¿No será mejor dar ayudas para reducir la demanda de energía y así reducir la factura?
Se precisa, en nuestra opinión, un cambio de mentalidad, una verdadera renovación o rehabilitación intelectual, que sea aceptada por todos los ciudadanos, basada en una formación e información clara y sencilla. Tal y como decía Charles Darwin, a finales del siglo XIX: no serán las especies que sobrevivan las más fuertes, ni siquiera las más inteligentes, sino aquellas que mejor se adapten a los cambios.
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